Frivolidades
Para superar la crisis existencial en la que estoy sumido y que está patente en cada una de las entradas de este blog, me he ido de compras por la calle Fuencarral. Y no he podido cometer una torpeza peor. He vuelto a casa con mi maltrecha autoestima arrastrada por los suelos y amenazando con abandonarme para siempre e irse con otro.
En el barrio de Chueca en general, y en la calle Fuencarral en particular, no eres nadie sin unos pantalones de pitillo con una camisa de cuadros ajustada o una camiseta de tiras, un cinturón con una chapa de tamaño familiar y unas converse de colores chillones. Y yo, que llevaba unos pantalones flojos y un polo azul celeste con una mancha de lejía, empecé a sentirme completamente démodé. Los que me conocen saben que para mí la imagen es importante: esa sensación tenía que desaparecer cuanto antes.
Así que entré en una tienda de las de "nada a menos de 150 euros" y me cogí el primer vaquero de pitillo que vi y la camisa de cuadros más ajustada que había. En cuanto me vi en el espejo supe que aquel chico enmorcillado que me miraba no era yo. Aún así me armé de valor para salir del probador, y de repente la cara del dependiente empezó a parecerse sospechosamente a la de Teresa Viejo en Cambio radical. "Estás estupendo. Ese modelo es ideal." Y yo que pensaba que era precisamente el modelo lo que fallaba...
Cuando volví a la calle me costaba mirar a la gente con todos esos pectorales y esos culos y esas piernas y esas cosas que yo nunca voy a tener. De repente lo vi claro: la moda es un invento del diablo para mortificar a las maricas inseguras.