viernes, 11 de mayo de 2007

Frivolidades

Para superar la crisis existencial en la que estoy sumido y que está patente en cada una de las entradas de este blog, me he ido de compras por la calle Fuencarral. Y no he podido cometer una torpeza peor. He vuelto a casa con mi maltrecha autoestima arrastrada por los suelos y amenazando con abandonarme para siempre e irse con otro.

En el barrio de Chueca en general, y en la calle Fuencarral en particular, no eres nadie sin unos pantalones de pitillo con una camisa de cuadros ajustada o una camiseta de tiras, un cinturón con una chapa de tamaño familiar y unas converse de colores chillones. Y yo, que llevaba unos pantalones flojos y un polo azul celeste con una mancha de lejía, empecé a sentirme completamente démodé. Los que me conocen saben que para mí la imagen es importante: esa sensación tenía que desaparecer cuanto antes.

Así que entré en una tienda de las de "nada a menos de 150 euros" y me cogí el primer vaquero de pitillo que vi y la camisa de cuadros más ajustada que había. En cuanto me vi en el espejo supe que aquel chico enmorcillado que me miraba no era yo. Aún así me armé de valor para salir del probador, y de repente la cara del dependiente empezó a parecerse sospechosamente a la de Teresa Viejo en Cambio radical. "Estás estupendo. Ese modelo es ideal." Y yo que pensaba que era precisamente el modelo lo que fallaba...

Cuando volví a la calle me costaba mirar a la gente con todos esos pectorales y esos culos y esas piernas y esas cosas que yo nunca voy a tener. De repente lo vi claro: la moda es un invento del diablo para mortificar a las maricas inseguras.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Astenia primaveral


Tengo astenia primaveral. Me invade una apatía inmensa y un cansancio extremo. Saco/quito fuerzas de flaqueza para escribir cuatro palabras.

Voy por el carril de los lentos pero la idea de insertarme literalmente en el otro carril me produce vértigos. Hoy llegaré tarde. Me da igual.

Llego a casa y una pila de platos se concentran amenazantes en mi cocina. Hoy no voy a fregar. Ni siquiera voy a mandarte indirectas sutiles para que lo hagas tú. Cuando necesites cocinar no te quedará más remedio. Y yo ya me he comprado embutido y una barra de pan.

Cuento las palabras en cada conversación. No me interesa que hayas tenido que vender acciones y me importa menos que no hayas ligado en la costa de Murcia, de hecho ya me lo suponía. Pronuncio tres frases medianamente coherentes y pongo cara de circunstancia.

Y no, tampoco tengo ganas de echar un polvo.

Hoy no.

Contigo no.

lunes, 7 de mayo de 2007

Invasiones y evasiones

Voy a hacer una excepción por ser lunes. Resulta que hay un ejército alemán apostillado en mi salón, hablando en alemán y bebiendo en alemán. Yo no sé qué manía tiene ese pueblo de colonizar territorios ajenos. Así que hago jornada de reflexión en mi cuarto.

Me paso la vida delante de la pantalla de un ordenador. Hoy he trabajado de nueve a nueve con treinta minutos para comer. En realidad tengo más tiempo pero resulta que los compañeros de trabajo son como los padres, no se eligen. Y mi compañero de comidas es la versión aburrida de Alejandro Agag.

En cierto modo me gusta mi trabajo. Y eso es preocupante. La gente a la que le gustan este tipo de trabajos suele ser la misma que la gente a la que no le gusta su vida. Es una forma de evadirse, otra más. Siempre evadiéndonos de todo, y lo más absurdo es que no sabemos a dónde queremos ir. Pero queremos irnos. Y para eso da igual leerse un libro que beber diez copas. El fin es el mismo.

Pero el destino puede ser muy diferente.

sábado, 5 de mayo de 2007

Raro

Dices que me ves raro. Y es cierto. Estoy raro. No lo dices tú sólo. Esta ciudad se me escapa de las manos. O quizá no sea la ciudad. Porque lo cierto es que ya he escapado de otras ciudades, pero la situación es la misma. Las mismas inquietudes los viernes/sábados por la noche y la misma apatía entre semana.

Y no sé que es lo que debo cambiar. Pero estoy seguro de que en algún sitio hay algún procedimiento mal definido que me hace caerme y levantarme cada siete días. El problema es que para caerme sólo necesito unas horas, pero para levantarme necesito varios días. Cada vez más días, y cada vez más duro. Temo que llegue el día en que empalme las caídas hasta el punto en que no pueda sacar la cabeza para respirar en esta atmósfera podrida de Madrid.

Definitivamente necesito salir de aquí. Aunque sólo sea una semana.

Pero volveré. Sabes que al final me levanto. Y que sólo lloro detrás de las gafas de sol.