miércoles, 15 de agosto de 2007

Una vuelta al corazón

Antes o después aparecerías tú, no he querido posponerlo más porque ya no me provoca dolor tu recuerdo. Sin embargo, no puedo evitar que me apriete la garganta este miércoles extraño, mientras la luz de las doce se cuela entre las rendijas de la persiana de este salón. Parte de lo que soy te lo debo a ti, una porción de tierra baldía que se pudrió a golpe de lágrima. Tanta agua salada encharcó un pedazo de corazón que ya no florece en primavera.

Hoy te dedico mis palabras para reconciliarme de una vez conmigo mismo, y desearte que tú puedas hacerlo algun día. Porque una vez fuiste bueno para mí, y me enseñaste que un hombre podía llorar en el regazo de otro sin sentirse avergonzado. Porque me cogiste de la mano mientras me decías que me querías, aunque fuera a tu manera, esa manera tuya de querer a las personas tan intensa y a la vez tan destructiva.

Hoy quiero recordarte mientras sonreías y me guiñabas un ojo en el autobús de camino a la facultad, como diciéndome que entre toda aquella masa de gente había dos personas que tenían un vínculo. Éramos tú y yo. Y nadie se quería más, y nada importaba más que aquello que nos ataba con cadenas y que al final nos acabó ahogando.

Hoy le doy la vuelta a mi corazón como quien da la vuelta al colchón en primavera.

free music


Gracias, Gianna.

martes, 14 de agosto de 2007

Mi madriguera


Cuento los días que quedan para final de mes y son demasiados. No voy a llegar a no ser que me quede en la cama hasta el veinticinco. Otra vez a tirar de tarjetas.

Mi casa está arruinándome y chupando cada una de mis horas extras. Cada vez que voy a Ikea a devolver algo que no me gusta acabo comprando cien cosas más. A cambio he conseguido crear mi madriguera a mi imagen y semejanza, serena y elegante a la par que moderna y funcional (mi vivo retrato, vaya). Sigo sin ver la televisión y me faltan libros (tengo seis, que vergüenza). Las tapas de mentira que se ponen en las estanterías de las tiendas de decoración no se venden, ya lo he preguntado. Y me han puesto una cara muy rara.

Hoy he cambiado siete veces de sitio las velas que compré ayer. Y sé que las acabaré volviendo a cambiar. Cuando la televisión está llena de nieve, no puedo evitar mirar alrededor, imaginarme cómo quedaría esto allí, me digo a mí mismo que ya está bien y que me quede un rato quietecito, pero me revelo y me levanto. Lo cambio. Me vuelvo a tumbar. No me gusta. Quizá en el otro lado.

Al final estas cuatro paredes acabarán conmigo. Mejor me visto y me voy.

sábado, 4 de agosto de 2007

Delfines en la piscina

El mar de Madrid está repartido en bañeras gigantes donde los que pueden y han pagado por ello lucen su palmito y los demás nos miramos semidesnudos pensando en los meses que faltan para poder volver a ponernos el abrigo.

Un chico pálido y con patillas me espía en una esquina, se parece a ti. Está tumbado de espaldas y su piel es blanca como la tuya, tiene la mirada de las buenas personas que prefieren los cockers a los dálmatas y aunque sólo lleve un speedo negro estoy seguro de que su iPod está repleto de canciones de Postal Service o Camera Obscura y que cuando me lo encuentre por la calle llevará unas Converse amarillas y una camiseta de rayas.

Me imagino encima (debajo) de él (de ti) y rápidamente me doy la vuelta para ponerme boca abajo y redirigir la sangre a mi cabeza. El verano y tu ausencia son muy malos compañeros.

En un mes ya estarás aquí y no volveré a ver al chico de la piscina.

Ni falta que hace.

domingo, 10 de junio de 2007

Compañero


Te llamo compañero porque los novios son para los diecisiete años.

Porque las mariposas que se movían en mi estómago cada vez que te veía venir con tu cinto naranja que tu hermana te había comprado en Londres se han quedado a vivir aquí.

Porque sabes que nadie puede darme paz como tú me la das.

Porque sabes que nadie puede darme tanta guerra.

Te llamo compañero porque las parejas son para el mus, y tú eres solomillo de mano como mínimo.

Y porque los rollos y los chatis son de barrio bajo, y ya sabes que estudié en un colegio de jesuitas.

Te llamo compañero aunque a veces me dejes solo, sabiendo que la soledad de ti es la que peor me sienta.

Te llamo así porque compañero viene de compañía, y para sentir tu compañía ni siquiera hace falta que estés aquí.

Compañero de fiestas y de broncas, de ciáticas inoportunas, de viajes a Ibiza, de muchas autopistas y peajes, de música en la cama, de besos y de sexo gratuito, de La Buena Vida y de la peor de todas, de copas y de zumo de naranja al día siguiente.

Te llamo compañero porque no encuentro mejor forma de llamarte.

miércoles, 6 de junio de 2007

El día que me hice asesino

Hacía ya tiempo que no escribía nada nuevo, pero la situación que acabo de vivir necesita ser contada. Por desgracia, y sólo hoy por desgracia, no hay nadie en mi casa. O eso pensaba yo...

Tras otro día de fatigoso trabajo en laempresaquelepaga (a mí también, pero menos) vuelvo a casa con los folletos que me han dejado en el limpiaparabrisas del coche en una mano y el móvil en la otra. Mi madre chilla (mi madre siempre chilla, no es que esté enfadada, es algo natural, los perros ladran, las ranas croan y las madres chillan de toda la vida) y después de cerrar la puerta y pasar la cerradura de seguridad (que en Madrid hay mucho maleante, y come bien, y vete al gimnasio que ya parece que se te esté poniendo cuerpo de hombre: no mamá, lo que pasa es que estoy hecho una foca) cuelgo el teléfono.

Un zumbido extraño me empieza a rondar. Mi móvil nuevo -tenía que decirlo- no es. El zumbido se acerca. Y me roza el oído.

De repente la veo. No es una avispa. No es una abeja. Es la madre de todas las avispas y las abejas transformada en una nueva superespecie más rápida, más inteligente y más letal.

Uno nunca sabe cómo va a reaccionar en los momentos de verdadera tensión, aquellos en los que todos nuestros resortes se accionan y liberan una cantidad de adrenalina que puede convertir al más pacífico en una auténtica máquina de matar. Pero en mi caso la adrenalina sólo consiguió que emitiera el gritito más ridículo e histriónico de toda mi vida.

Corrí hacia mi habitación y cerré la puerta con el corazón en un puño. Los latidos de mi pecho parecían la base de una canción de Chimo Bayo, y mi mirada traspasaba la madera buscando aquella criatura del infierno que se había instalado en mi casa. "No por mucho tiempo, no por mucho tiempo..."

Pensé en volver a hablar con mi madre y pedirle consejo, enseguida me di cuenta de que aquello sólo empeoraría las cosas. Pensé en llamar a mi novio, pero sus mariconadas no me iban a solucionar nada. Desde el balcón vi a mi compañero alemán tomando cañas en el bar de abajo y pensé en gritarle para que corriera en mi ayuda. Pero comprendí que aquello era un asunto entre la avispa y yo. Así que diseñé mi táctica intentando conservar la frialdad.

Necesitaba un arma. La laca del pelo de mi otro compañero era ideal, pero no sabía donde la guardaba. Había un spray anti-cucus debajo del fregadero. Sabía que no era suficiente para matarla, pero sí para aturdirla. Así que me llené de valor, abrí la puerta, atravesé el salón,
llegué a la cocina, cogí el spray y regresé a mi trinchera. Todo en un milisegundo. Aquella situación desarrollaba mi ingenio y mi velocidad.

Llegaba el momento. Respiré. Cerré los ojos y pensé en aquella avispa asesina que un día se echó a dormir en mi zapatilla y me hizo pagar cara la osadía de despertarla con mis bonitos pies. Abrí la puerta.

La ví nada más volver a entrar. Estaba tranquila, encaramada a una cortina. Volví a cerrar los ojos y apreté el botón del spray con toda la rabia con la que se puede apretar el botón de un spray. Empecé a correr y a dar vueltas sobre mí mismo con los ojos cerrados, sin rumbo, sin dirección y sin ninguna gracia. La furia me invadía y convertía cada uno de mis movimientos en espasmos de muerte. Aquella ridícula danza tribal era propia del más enanejado de los indígenas de la última selva del Amazonas. No sé cuanto tiempo pudo durar esa estampa, pero si alguien hubiera entrado en ese momento por la puerta hubiera llamado al cientodoce sin dudarlo.

Abrí los ojos. Había sucumbido a mi ataque. Agonizaba sobre la baldosa. Me dió lástima. Quizá ella nunca quiso ser así, quizá sólo era una víctima. Y yo su verdugo. La rematé con un zapato y la eché al retrete. Tras tirar de la cadena, me embriagó un cúmulo de sensaciones contradictorias. Una mezcla de desahogo y culpabilidad, de alivio y de impotencia. ¿Y si esa nueva superespecie se aliaba contra mí y entraba por la ventana mientras yo dormía, y me mataba a picotazos clamando venganza?

Sé que esta noche no dormiré bien. Ella sí.

viernes, 11 de mayo de 2007

Frivolidades

Para superar la crisis existencial en la que estoy sumido y que está patente en cada una de las entradas de este blog, me he ido de compras por la calle Fuencarral. Y no he podido cometer una torpeza peor. He vuelto a casa con mi maltrecha autoestima arrastrada por los suelos y amenazando con abandonarme para siempre e irse con otro.

En el barrio de Chueca en general, y en la calle Fuencarral en particular, no eres nadie sin unos pantalones de pitillo con una camisa de cuadros ajustada o una camiseta de tiras, un cinturón con una chapa de tamaño familiar y unas converse de colores chillones. Y yo, que llevaba unos pantalones flojos y un polo azul celeste con una mancha de lejía, empecé a sentirme completamente démodé. Los que me conocen saben que para mí la imagen es importante: esa sensación tenía que desaparecer cuanto antes.

Así que entré en una tienda de las de "nada a menos de 150 euros" y me cogí el primer vaquero de pitillo que vi y la camisa de cuadros más ajustada que había. En cuanto me vi en el espejo supe que aquel chico enmorcillado que me miraba no era yo. Aún así me armé de valor para salir del probador, y de repente la cara del dependiente empezó a parecerse sospechosamente a la de Teresa Viejo en Cambio radical. "Estás estupendo. Ese modelo es ideal." Y yo que pensaba que era precisamente el modelo lo que fallaba...

Cuando volví a la calle me costaba mirar a la gente con todos esos pectorales y esos culos y esas piernas y esas cosas que yo nunca voy a tener. De repente lo vi claro: la moda es un invento del diablo para mortificar a las maricas inseguras.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Astenia primaveral


Tengo astenia primaveral. Me invade una apatía inmensa y un cansancio extremo. Saco/quito fuerzas de flaqueza para escribir cuatro palabras.

Voy por el carril de los lentos pero la idea de insertarme literalmente en el otro carril me produce vértigos. Hoy llegaré tarde. Me da igual.

Llego a casa y una pila de platos se concentran amenazantes en mi cocina. Hoy no voy a fregar. Ni siquiera voy a mandarte indirectas sutiles para que lo hagas tú. Cuando necesites cocinar no te quedará más remedio. Y yo ya me he comprado embutido y una barra de pan.

Cuento las palabras en cada conversación. No me interesa que hayas tenido que vender acciones y me importa menos que no hayas ligado en la costa de Murcia, de hecho ya me lo suponía. Pronuncio tres frases medianamente coherentes y pongo cara de circunstancia.

Y no, tampoco tengo ganas de echar un polvo.

Hoy no.

Contigo no.

lunes, 7 de mayo de 2007

Invasiones y evasiones

Voy a hacer una excepción por ser lunes. Resulta que hay un ejército alemán apostillado en mi salón, hablando en alemán y bebiendo en alemán. Yo no sé qué manía tiene ese pueblo de colonizar territorios ajenos. Así que hago jornada de reflexión en mi cuarto.

Me paso la vida delante de la pantalla de un ordenador. Hoy he trabajado de nueve a nueve con treinta minutos para comer. En realidad tengo más tiempo pero resulta que los compañeros de trabajo son como los padres, no se eligen. Y mi compañero de comidas es la versión aburrida de Alejandro Agag.

En cierto modo me gusta mi trabajo. Y eso es preocupante. La gente a la que le gustan este tipo de trabajos suele ser la misma que la gente a la que no le gusta su vida. Es una forma de evadirse, otra más. Siempre evadiéndonos de todo, y lo más absurdo es que no sabemos a dónde queremos ir. Pero queremos irnos. Y para eso da igual leerse un libro que beber diez copas. El fin es el mismo.

Pero el destino puede ser muy diferente.

sábado, 5 de mayo de 2007

Raro

Dices que me ves raro. Y es cierto. Estoy raro. No lo dices tú sólo. Esta ciudad se me escapa de las manos. O quizá no sea la ciudad. Porque lo cierto es que ya he escapado de otras ciudades, pero la situación es la misma. Las mismas inquietudes los viernes/sábados por la noche y la misma apatía entre semana.

Y no sé que es lo que debo cambiar. Pero estoy seguro de que en algún sitio hay algún procedimiento mal definido que me hace caerme y levantarme cada siete días. El problema es que para caerme sólo necesito unas horas, pero para levantarme necesito varios días. Cada vez más días, y cada vez más duro. Temo que llegue el día en que empalme las caídas hasta el punto en que no pueda sacar la cabeza para respirar en esta atmósfera podrida de Madrid.

Definitivamente necesito salir de aquí. Aunque sólo sea una semana.

Pero volveré. Sabes que al final me levanto. Y que sólo lloro detrás de las gafas de sol.

domingo, 29 de abril de 2007

Tengo razones

...tengo razones para buscarte...

...tengo razones de sobra.

Si no lo hubieran dicho ya habría tenido que decirlo yo. Y con eso te lo he dicho todo.